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Mujer al Manillar

La Juani

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Bigas Luna en “Yo Soy la Juani” quiso representar con su protagonista a un tipo de muchacha de pocas luces y coleta tirante repeinada pero muy echada p’alante que disfruta del mundillo de las carreras ilegales de coches.

¿Por qué es un especímen muy, muy peligroso para una mujer motorista?, pues porque esas criaturas agarruladas mantienen al volante de sus maqueados coches una absurda competición contra todo lo que se menea enarbolando la bandera de un estúpido feminismo de peluquería –sí, como el de las despedidas de soltera con rodillo de amasar que pasa de suegras a nueras-, que se resiente cuando aparece otra mujer con aparentemente más agallas que ella: la motera. La abeja reina de los alerones queda degradada a mosquita del montón de coches en un plis-plas.

Todas podemos sentarnos dentro de un coche y arrancar, alguna puede darle con mejor o peor fortuna al pedal del gas, pero conducir una moto de gran cilindrada es otra cosa. Está –aún- peor visto por la sociedad, requiere una gran fuerza de voluntad para romper barreras y estereotipos, unas aptitudes físicas y técnicas algo superiores a lo normal entre sus homólogas enlatadas, y desde luego un cierto valor para aliñar el conjunto no desprovisto de glamour con chaquetas entalladas, botas de cuero, melena al viento y el resto de la mitología que rodea a la rubia de Busco a Jacq's. Que te creas o no la reina de la carretera ya va con la persona, que de todo hay.

Esta reflexión es mi manera de explicarme el por qué se picó conmigo de esa forma. Se empeñó en adelantarme por la derecha tras irme pisando la matrícula cuando yo estaba intentando echarme a un lado para sacármela de encima –palabra- y seguir a lo mío. Faltó poco para topar con su porromóvil que iba haciendo eses a todo trapo. Cuando la vi alejarse me hizo “el pajarito” por la ventanilla (¿??) y comprobé como se iba picando con otros coches.

A esta gentuza ni las multas ni los puntos les afectan. Su estilo de vida es dar la nota y hacer mucho, mucho ruido, como esos asilvestrados niños que se revuelcan por el suelo para que sepamos que existen, ya que ni sus propios padres les hacen caso. Pues buen provecho, hija mía.
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