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Tras una altiplanicie un hilo de alquitrán y gravilla nos acerca a un enigmático lugar.
Musica inquietante, estamos en el interior de un poblado abandonado hace unos años.
Aquí vivieron técnicos y trabajadores con sus familias. Construyeron varias estructuras hidroeléctricas del entorno.
Poco queda de lo que fue un privilegiado pueblo.
Precisamente delante de la iglesia toca tomarse un tentempié. Tiene un colorista interior.
Como Atila, pero a lomos de la Honda, entramos en el bar o local social.
Salimos ya de estas soledades. Algo tienen estos lugares que generan unas sensaciones muy especiales y contradictorias.
Media hora después entramos en Castro Caldelas y salimos de este relato.
Solo nos quedan sesenta kms. de carretera convencional para aterrizar con la nave espacial que mas nos gusta -por ahora- en casa.