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Después de una fractura, tres operaciones, infección quirúrgica incluida, cuarenta y cinco días de ingreso hospitalario (ocho en habitación aislada), siete meses de baja y algunas secuelas retornamos a la moto.
Esta ruta va por quienes han sufrido un traumatismo (o enfermedad) y están soportando el amargo trago de una convalecencia que parece interminable ¡Mucha fuerza!
Siempre se siente algo de emoción al salir en moto y especialmente cuando hace ya demasiado tiempo desde la última vez. ¡Buff!, casi tengo que leer el manual para encontrar el botón rojo que despierta a los pistones y sensaciones que parecían olvidadas.
Apenas cincuenta metros de casa y ya están las ruedas rebozándose en pista de tierra.
Pronto toca saludar a un amigo centenario, un castaño cercano al camino. El bosque luce esplendido.
Retuerzo el puño con sentimiento de gratitud, es un privilegio estar bien. El día está nuboso pero cuando las nubes dejan pasar algunos rayos de sol, el ambiente se vuelve mágico.
Ahora toca tirar de freno. Recojo del suelo unas manzanas que en breve me las pedirá otro amigo. Esté es más joven que el castaño.
Un poco más de recorrido de suspensiones y todo sería perfecto, las secuelas de la lesión se llevan mal con los topes de suspensión. Todo irá mejor, sin duda.
La estampa de “Haragán” anestesia las molestias. Da buena cuenta de las manzanas, es un animal noble y agradecido.
Tan contentos hacemos un tramo de asfalto, también aderezado de otoño, para llegar
a la impresionante zona de Peilán en el entorno del río Arenteiro. Mejor unas imágenes que miles de palabras:
Salimos de allí moto y piloto con una reverencia. La presa-cascada daba servicio antigua fábrica de papel de Lousado. Un murallón impide hacer mas fotos que la de su portalón y capilla.