Bien podríamos habernos acercado a Landeck (Austria) deshaciendo lo rodado dos días antes, retornando a Nuremberg y descendiendo por Munich hasta Insbruck, pero no tenía gana alguna de meterme en las colapsadas autobahn alemanas, y pasarme la jornada estresado, así que desde Praga pusimos rumbo a Linz (Austria) teniendo oportunidad de contemplar áreas rurales de la república checa antes de cruzar la frontera por Wullowitz.

Las carreteras de chequia están bien, cuentan con buena señalización, un asfalto correcto y gasolineras cada pocos kilómetros; lo comento por si alguno tenia interés al respecto. Sin excesivo trafico, en alrededor de tres horas, habiendo aprovechado estas para repostar y deshacernos de la moneda local, nos encontrábamos rodando por la circunvalación de Linz con intención de dirigirnos a Salzburgo, en donde preveíamos recargar por segunda vez el deposito. Una vez allí mi Garmin sorpresivamente nos desvió hacia Alemania, hacia Munich, transitando por autopista unos cuantos kilómetros hasta sobrepasar el Chiemsee para llevarnos posteriormente a disfrutar de las carreteras del Tirol (alemán), hasta Insbruck.
Fue durante nuestro transito por Austria cuando contemplamos una “nueva” señal: la de prohibición de superar ¡140!. Por desgracia también Austria se hallaba colmada de vehículos en transito y la mayor parte del tiempo no dejaban superar los 110km/h. De Insbruck a Landeck, habrá poco más que medio centenar de kilómetros, aunque esta jornada se nos hizo bastante dura pues la decena larga de horas pateadas de víspera nos pasó factura. Afortunadamente en esta ocasión no pretendíamos salir a visitar nada a la llegada, puesto que habíamos elegido Landeck como destino del día por hallarse a apenas dos horas del Stelvio.


Nos dirigíamos hacia el paso del Stelvio cuando empezó a llover a la altura de Sluderno y fue entonces cuando nuestro navegador nos desvió de la ruta principal. En nada nos vimos cruzando la frontera Suiza. Aproveché para adquirir la dichosa viñeta de carreteras, tal como habíamos convenido, puesto que esta podía servirnos de salvaguarda si el día se torcía, algo que rodando por alta montaña no es raro que acontezca. Ascendiendo por el Pass Umbrall, sin duda uno de los pasos mas bonitos por donde hemos transitados estos días, accedimos al Stelvio, el cual, como es habitual se hallaba plagado de moteros en ese ambiente semi-eufórico que todos conocemos. No perdimos mucho tiempo allí, he de confesar que sentía curiosidad por este paso del que tanto se habla en las tertulias moteras, pero tanto a mi mujer como a mi nos decepcionó. El descenso hacia Bormio fue un autentico coñazo rodando en caravana como si volviésemos un domingo de la playa, solo pensaba en el momento de salir de alli, asi que una vez alcanzado Tirano nos desviamos hacia Sank Moritz atravesando por paso del Bernina en cuyo alto, durante nuestra breve parada, por el fresco allí reinante, coincidimos con otras dos AT1000. Repostamos al rato en St. Moritz y continuamos por el Julierpass en donde una bandada de Bsa y Triumph clásicas, con matriculas austriacas, sin un mínimo respeto a la señalización vial ni al resto de ocupantes de la vía, hicieron que me ensaltara y ponerme a la zaga del cabecilla para bajarle los humos. Si un mazacote con cubiertas mixtas, dos personas y maletas era capaz de meterle rueda ¡para que coñe andaba arriesgando tanto y poniendo en peligro su vida y la del resto!. Un buen rato después, por entonces dirigiéndonos hacia Chur, nos vimos en medio de un atasco. Afortunadamente pudimos salir de allí tras unos quince minutos de retenciones y de rodar en primera, continuando via Munster hacia el Oberalppass y Adermatt.

Rondarían las cinco de la tarde pero había oscurecido y cuando ya creímos superada la jornada la niebla hizo su aparición y de pronto todo se volvió gris. Con visibilidad de apenas un par de metros delante de la rueda, las pantallas de la moto y casco totalmente empapadas por dentro y fuera, guiandome gracias al gps y la raya central la cual afortunadamente se hallaba recién pintada, con el paramanos izquierdo a la altura de la misma, fuimos rodando cerca de una quincena de kilómetros incapaces de seguirle a alguno de los contados coches que nos adelantaron. Pasamos por Adermatt sin poder llegar a apreciar si habia un macdonald o un pizza hut, teníamos nuestro alojamiento reservado un poco mas allá, en Gurtnellen, en la carretera que va Schwyz, a los pies del Sustenpass.

Gutnellen ha sido lugar de paso de comerciantes y ejércitos desde antiguo, cuentan que Napoleón cruzó por allí . Es un lugar tranquilo en donde no hallarás bares pero si alojamientos en donde descansar tras agotadores jornadas, sean estas de moto, bici o de trecking. La posadera o responsable del hotel no dudó en sacar su X5 del garaje para que pusiéramos la moto a cubierto. Había dentro estacionada una Paneuropean de matricula inglesa con cuyos propietarios posteriormente platicamos un rato. Unas esplendidas jarras de cerveza, rica cena, y a dormir; la siguiente jornada con el famoso 8 alpino seguro sería un día a disfrutar.

Creo que si hubiéramos encargado el tiempo para aquella jornada no se diferenciaría mucho del que tuvimos en aquella mañana. Llenamos el deposito en Wassen e iniciamos la ascensión del primer puerto o paso. Asfalto seco, unos diez y ocho grados de temperatura y una visibilidad excelente, sin la habitual nieblilla con la que sueles coincidir por los Alpes. Disfrutando del paisaje y el trazado no tardamos mucho en superar el Sustenpass, en cuyo alto nos detuvimos brevemente para plasmar el momento y disfrutar de las vistas. Aun nos quedaban muchos kilómetros y curvas, así que pasamos de sentarnos a contemplar los tránsitos de terceros y continuamos curveando. Un poco antes de Meiringen nos desviamos hacia Handegg para transitar ahora por el Grimselpass y ultimado el mismo volvimos a girar, en esta ocasión hacia el Furkapass.

He de contaros algo al respecto, el Furkapass ha sido una de las principales razones por las decidimos regresar por los Alpes. Tanto mi mujer como yo tenemos este puerto muy dentro puesto que hace una treintena de años (1986), durante uno de nuestros primeros viajes en moto por Europa, lo pasamos allí francamente mal. Aquellos eran otros tiempos, el de los pasaportes, fronteras y divisas, los barbours untados con grasa y escasa información disponible. Nosotros habíamos emprendido aquel viaje a Suiza con un mapa de carreteras prestado y unos cuantos apuntes recogidos de algunos amigos y familiares. Tras pasar la tarde anterior en Zurich celebrando sus fiestas, contemplando coches clásicos y una exhibición aérea, a media noche empezó a llover y cuando nos levantamos con intención de proseguir la ruta, aun seguía igual. Recogimos la tienda y pertenencias mojadas, y arrancamos con una persistente lluvia. Llegados al Furkapass íbamos ya bastante húmedos, coincidiendo allí con niebla, lluvia y un metro de nieve acumulada en los bordes de la carretera. Quien haya conducido aquellas BMW boxer con carburadores de depresión sabrá de lo que voy a contar. Si ya de por si las condiciones de la carretera eran adversas por la variación de la altitud la moto tendía pararse como si le cerraras el grifo de gasolina y luego, de repente, salían disparadas como si se los abrieran, y esto podía acontecerte lo mismo en rectas que en curvas. Una autentica tortura rodando en aquellas condiciones metereologicas. Recuerdo que pese a contar en mi BMW-RS con focos Cibbie antinieblas, no quise hacer uso de ellos no fuera que le fallara algo y la moto se nos parara allí.

Nos marcó mucho aquel puerto al haber sido uno de las peores experiencias moteras que hemos compartido, valga deciros que a una de nuestras primeras rottweiler la llamamos Furka..
El Furkapass que hallamos en esta ocasión no tenía nada que ver con el que nos tocó pasar treinta y tantos años atrás. Durante su ascensión hasta el Belvedere anduvimos manteniendo a raya a un trio de nackets, sin mayores problemas, el piso estaba seco y contamos con buena visibilidad. De todas formas, aun hoy en día, la ladera que baja hacia Hospetal no es para tomársela a broma. La carretera se estrecha y desaparecen las protecciones del lado del barranco. No hay vallas, ni guardaraíles que te retengan en caso de error puesto que apenas cuentan con unos mojones de unos treinta centimetros de altura y la caída, en caso de salirte, es de aúpa.

Contentos por haber podido rememorar aquellos lejanos momentos, continuamos nuestra ruta hacia el St. Gothardpass, o paso del San Gotardo, con idea de transitar por su conocida pista de adoquines. En esas andábamos cuando vimos a nuestra diestra un pequeño aparcamiento con pinta de chiringuito y sin más les cuestioné a dos personajes que allí se hallaban si podíamos tomar un café. Tras su respuesta afirmativa, y ya aparcados, empezaron nuestras sorpresas. Uno de los dos presentes hablaba correctamente castellano, según nos contó mas tarde había trabajado de cocinero en Javea una quincena de años, pero por la crisis se vino a Italia, aunque el era natural de Austria. Nos hizo señas para que le siguiéramos al interior. Aquello era un bunker antiaéreo alemán de la segunda guerra reconvertido en hotel tras gastarse nueve millones de francos suizos en la obra. El sitio se hallaba prácticamente a oscuras contando con unos largos pasillos, puertas blindadas y carteles en alemán. Impresionaba y en verdad tuvimos nuestras dudas mientras amablemente nos conducía por al interior. Aquello bien podía terminar en la desaparición y degüello de dos turistas. Es un sitio realmente curioso, con 5.000 metros cuadrados habitables, cafetería, comedor y habitaciones de alto standing, todas ellas sin ventanas ni cobertura de móviles o internet. Tras mostrarnos orgulloso la bodega del lugar, abandonamos el recinto algo aliviados y aun sin tenerlas todas con nosotros.

Superado el puerto descendimos a Airolo por la pista empedrada y una vez alli continuamos hacia el Nufenenpass, ahora en direccion a Ulrichen. Bonito trazado este y de agradables vistas por donde coincidimos con una concurrida marcha de montaña. Transitamos seguidamente por los Goms hasta Brig, repostando a la altura de Siete, pasando luego por Sion y Martigny con idea de pernoctar en Chamonix. La temperatura fue en ascenso y el paisaje montañoso dejo paso a los viñedos. Se habían acabado para nosotros los grandes Alpes, unicamente el Col de Forclaz nos recordó por donde andábamos.

Alcanzado Chamonix el recepcionista del hotel echó por tierra nuestros planes. Habíamos ido hasta allá con idea de ascender a la aguja del Midi y pasear sobre esa cristalera a 3.800mts de altitud. No tardó en anunciarnos que iba a llover esa misma noche y al día siguiente. Para cuando bajamos a tomar la primera cerveza empezaron a caer las gotas. Habia que improvisar asi que recordé la curiosidad o ganas que tenía Mila de visitar Avignon. La ultima vez que anduvimos por la Provenza, retornando entonces de la Stela Alpina, visitamos unos cuantos lugares aunque por el calor reinante nos saltamos Avignon, asi que al dia siguiente, sin aun haber cejado de llover, pusimos rumbo a Albertville a la Savoya rodando por secundarias, y pasando también por Grenoble. Nos metimos hacia la hora de comer en la autopista que baja de Lyon al Mediterraneo, a la altura de Valence, a esas horas colmada de vehículos y afortunadamente olvidados ya de la lluvia.
Se aprecia rápido las diferencias entre los conductores gabachos y los teutones. Aquello era una guerra con acelerones y detenciones continuas. Llegamos hacia las cinco de la tarde al hotel y tras el habitual ritual de la segunda ducha y cambio de vestimentas nos pusimos raudos a patear para poder visitar el conocido Palacio papal de esta urbe. Esperaba que siendo a cubierto al menos se estaría fresquito allí dentro, pero no fue así. Si en la calle la temperatura era bastante elevada en el interior de aquel palacio no la era mucho menor. Contemplamos allí mismo una exposición de un artista actual, Ernest Pigneon-Ernest, un pintor “de calle” quien llegó a sorprendernos. Un rato despues ya nos hallabamos en la cola del Pont dÁvignon, singular obra esta que al dia de hoy siguen sin poder afirmar si la llegaron, o no, a terminar, aunque de las chavalas de la canción no quedaba ni rastro.

Era hora de ir pensando en volver a casa. A la mañana siguiente partimos hacia Nimes y Montpellier para desde allí desviarnos al norte, hacia el Aveyron francés. Rondaban las once de la mañana cuando nos detuvimos en Roquefort-sur-Soulzon a visitar las cavas o cuevas en donde elaboran el conocido queso. Interesante visita esta antes de reemprender nuestra marcha con idea de pernoctar en Oloron, población esta ubicada al pie de los pirineos, en el Bearn occitano, no muy lejos del túnel de Somport y a escasos kilómetros de los limites del país vasco continental. Por cierto, la mayoría del chocolate Lind que comemos por estas latitudes lo fabrican precisamente allí, en Oloron-sainte-Marie. No era la primera vez que la visitábamos asi que apenas tenía interés turístico para nosotros, simplemente la elegimos por su cercanía a la frontera.

Nuestra última jornada no fue mas que un discurrir por carreteras conocidas tratando de retrasar lo inevitable. Subiendo por Arette alcanzamos la Piedra de San Martin;seguidamente, via Belagua, pasando por Isaba, nos encaminamos hacia Lumbier, giramos una vez allí en dirección Pamplona, aunque abandonamos al poco la autovía para transitando por Las Campanas alcanzar Tafalla, a la cual hallamos en fiestas, siendo el dia del txupinazo. Tras repostar en Estella subimos el puerto de Urbasa, en donde hicimos un paradible recupera fuerzas (léase almuerzo tardío). De Olazagutia a Landa, y finalmente a casa. Rondaban las tres de la tarde cuando nuestra excursión llegó a su fin.

Escapada intensa, con mucho más trafico del deseado, bastante calor y algunas lluvias, contemplando preciosos paisajes y sitios nuevos. En apenas diez días hubimos que defendernos en francés, alemán, checo, alemán-austriaco, italiano, alemán-suizo.. y vuelta al francés, aunque afortunadamente no tuvimos problemas con ello y conseguimos llenar el buche y beber cerveza a plena satisfacción. Eso si, terminé hastiado de andar sacando los dedos dando “Ves” a todo con quien nos cruzabamos durante la jornada alpina.
Y en relación a la moto, ¡que os voy a decir!, es una Honda. Antes de partir revisé la presión de las ruedas, endurecí dos vueltas la suspensión trasera y engrasé la cadena, algo esto último que repetía cada dos días, y párate ya de contar. El Dct a la hora de rodar por los puertos alpinos es sin duda todo un puntazo. Solo tienes que acelerar y frenar, sin cansar la muñeca ni hartarte de andar cambiando las marchas un millón o más de veces; además con un simple toque de botón puedes rodar “en plan padre”, o bien como un dominguero quemadillo, en serio, genial, a mi entender, también para esto.