Allá por Mayo empezamos a hacer un trabajo colaborativo donde los participantes del viaje tenían que añadir puntos en el mapa con las cosas que les parecían interesantes para visitar y que se encontrasen más o menos en ruta. La mayoría más o menos iban gustando a todos, cuando de repente llegó.... el poblado de Papá Noel en Rovaniemi. Al principio pensaba que hablaban de coña, pero no era así. Rápidamente manifesté mi desagrado. Puede que hayan cosas que visitemos y me den más o menos igual, pero no concibo hacer kilómetros de más para meterme en semejante trampa para turistas, lo siento!
Quedó en el aire y no fue hasta principios de Abril cuando hicimos una reunión, para cerrar a rasgos generales las etapas, cuando todos en bloque decidieron que había que ir. Urmila y yo nos quedamos a cuadros. Cierto es que está el chiringuito del círculo polar ártico, pero aun así... Nuestra propuesta era el quinto día parar en un parque natural (que desconocíamos, hay que reconocer) y desconectar un poco de estas tiradas largas tostonazo que nos íbamos cascando día tras día. No hubo forma de convencerlos, así que accedimos a unirnos al plan del gordo de rojo.
Cuando volvíamos a casa de la reunión e iba interiorizando el plan, noté cómo no me había quedado nada contento. No por no llevarme el gato al agua en ese tema, sino porque sabía que nos íbamos a cascar 7 días de tiradas largas sin aliciente... y encima había que ir al único sitio que no quería ir... era altamente desmotivador.
Tanto es así que Urmila y yo nos replanteamos la esencia del viaje, si nos iba a gustar ir así, si valía la pena salir de casa. Intentamos convencer al grupete de cargarnos el plan y no subir a Cabo Norte y quedarnos más abajo y así optar a ver cosas y disfrutar más. La respuesta fue rotunda, había que subir a la bola...
La solución que encontramos fue desdoblarnos un par de noches, nosotros haríamos el parque natural y ellos subirían a Rovaniemi, para encontrarnos justo antes de llegar a Cabo Norte.