Envidia cochina
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- 18/04/2011 a las 21:27 (23658 Visitas)
La librería Altaïr de Barcelona, especializada en libros de viaje, es punto de encuentro del personal más variopinto de la ciudad condal. Sea cual sea su estilo de viaje, antes o después recala en la librería, bien para aprovechar meticulosamente el dinero invertido en la agencia de viajes para las próximas vacaciones con mil mapas y guías, bien para soñar con los lugares del mundo descritos en maravillosas novelas de los principales autores de cada país, bien para curiosear volando con la imaginación a los siete mares, a heroicas exploraciones del pasado o a lo más alto del Himalaya.
De entre todos ellos, la sección de libros de viajes en moto de Altaïr es muy pequeñita. Aunque la gran afición a la moto que llena los circuitos de Jerez, Cheste, Montmeló año tras año pudiera presuponer otra cosa, los libros de viajes en moto traducidos al español pueden contarse con los dedos de las manos, y más aún los libros escritos por autores españoles.
Por algún motivo los grandes viajes en moto parecen no interesar en la misma media a los motoristas españoles que a los de nacionalidad alemana, inglesa o estadounidense, y por algún otro motivo los pocos grandes viajeros españoles no se animan a escribir libros de su experiencia. El primer factor podría explicarlo la diferencia de poder adquisitivo, pero sobre el segundo voy a dejarlo estar porque temo las conclusiones. Parece increíble que el país que ha visto nacer a Ponce de León, Alí-Bey, Iradier o Cabeza de Vaca, entre otros, o a Miguel Delibes y Camilo José Cela no genere más literatura de viajes. Ningún país ha enviado tantas expediciones a los ochomiles, ningún país tiene nuestra tradición de exploradores y navegantes. El París-Dakar siempre ha estado lleno de representantes de nuestro país. No hay más que mirar los foros de motos españoles para darnos cuenta de que no será por falta de viajeros, ni por falta de ganas de explicar nuestros viajes. Pero muy pocos dan el paso de poner en papel sus narraciones, tanto en el pasado como en la actualidad.
Cuando tuve en la mano Un Millón de Piedras, de Miquel Silvestre, no lo dudé: tenía que leerlo. En primer lugar, porque colecciono todos y cada uno de los libros de viaje en moto escritos por españoles (como si fueran tantos), colección que comenzó con el precioso libro Operación Impala de Manuel Maristany, y en segundo lugar porque tanto la temática, que es un viaje por Africa, como la manera de narrar de José Antonio, que es redactor vocacional y escritor profesional me gustó simplemente con hojear un poco sus páginas. No tenía ni idea de su currículum motero ni literario, pero leer unas pocas líneas me bastó para saber que no tenía delante la guía de viaje al uso, sino algo muy diferente, muy personal, muy vivido. Ahora que lo he acabado puedo decir que es uno de los pocos libros que he leído del tirón en los últimos meses, así que es probable que le pase a más gente. Me alegro mucho de saber que se está traduciendo al italiano y espero que vengan más traducciones detrás.
La casualidad quiso que nos viéramos las caras en la presentación del libro en Altaïr, y también la casualidad hizo que me quedase hasta el final de la presentación, porque una hora de pie en una sala abarrotada sin apenas poder ver la pantalla es como para disuadir a cualquiera. Lo que podía atisbar de una colorida presentación fotográfica y una amena charla me mostró el espíritu de Un Millón de Piedras: nada de vistosos y típicos trajes regionales, nada de angelotes mofletudos de Machín revoloteando junto a la moto, nada de masai dando saltos típicos al estilo Coros y Danzas, nada de esculturales Venus de ébano, nada de videos de Jarabe de Palo mostrando bonitas postales de Mali y repitiendo la misma canción multiculti de éxito una y otra vez.
Es un libro políticamente incorrecto, escrito por un españolito que ve el mundo de allá fuera como lo ve un españolito, y que da una visión de Africa coincidente con la que tantos viajeros te explican una vez que se han marchado los bien pensantes amigos que defienden el mito del buen salvaje a capa y espada. Su visión es la de una Africa viva, palpitante, con colores y sabores variados, sí, pero a menudo pintada con añejos colores lavados por el sol y apestando a olores tan corruptos como los que te puedes encontrar en la vieja Europa, o quizá más todavía porque la miseria humana y ética está mejor repartida que el pan, y el color de la piel no libra a nadie de ser, en palabras de José Antonio, un auténtico hijo de puta, o bien una estrella que brilla entre un millón de piedras. Es un libro auténtico, que huye del tópico y sus fotos de la postal de colorines, escrito por un autor que siempre dice lo que piensa y que incluso sonríe cuando le comentas (por enésima vez) la cochina envidia que sientes por él.
Esa envidia no es por sus viajes, no. Coger una moto y salir a recorrer mundo es una cuestión de tiempo y dinero, además de valor, y si no, que se lo digan a Ewan McGregor y Charlie Boorman, o a Herbert y Ramona Schwartz. Otra cosa es salir más o menos con lo puesto, tener el coraje de mandarlo todo a la porra durante una buena temporada y ver qué pasa (aquí interviene una dosis de valor equivalente o incluso superior), como es el caso del gran Guti o del increíble Alfredo, que han viajado por más países que años tienen, y siempre han ido y han vuelto con una mano por delante y otra por detrás, o salvando las distancias de Miquel Silvestre. ¿Quién conoce a los dos primeros? Siempre les digo que es una lástima que todas esas vivencias las guarden para sí mismos, y los que les acompañamos en las fogatas de concentración de motos, pero a ellos les da lo mismo contárselo a todo el mundo con un libro porque lo han hecho porque esos países estaban ahí y ellos tenían una moto, y para mí es una pena. Por suerte no es el caso de Miquel Silvestre.
A ese es al coraje que yo le tengo envidia cochina porque sé que mientras ellos se han lanzado a la piscina dándose un gran barrigazo yo me quedo al borde pensando en si está muy fría el agua, si está profunda o si hay pelos asquerosos flotando mientras los años pasan y me decido o no.
Con envidia cochina.
Su blog es www.miquelsilvestre.com