En el resumen de la etapa de ayer, solamente faltó a Carlos Sainz pedir a sus asistencias que le limpiaran un motero del parabrisas.

Como en los geniales y divertidísimos comics que guioniza el gran Fontenay: Callaghan. Intentando no llegar al vivac de noche, el piloto de coches Callaghan atropella una y otra vez a un desgraciado motorista que tiene la mala suerte de interponerse entre la meta y su coche. En los comics el atropello se soluciona con un cargamento de tiritas, pero en la vida real la cosa es más seria.

En el Dakar salen primero las motos, más ágiles. Después los coches, y en último lugar los camiones. En cuanto una moto se rezaga, al temor de una caída en una pista llena de piedras a más de 120 km/h se añade el riesgo de un adelantamiento efectuado con rudeza.

Muchos pilotos de raid, sobre todo los que proceden del mundo de la moto, prefieren perder posiciones esperando a tener un margen de seguridad antes de adelantar una moto, porque conocen en sus propias carnes lo peligroso que es perder el control de un vehículo de dos ruedas en una pista llena de obstáculos sintiendo el aliento de un monstruo de 2Tn lanzado a escasos centímetros de tu rueda trasera.
En cambio, hay recién llegados a este mundo que consideran las motos como unos conos de color naranja a los que hay que rebasar a toda costa para no perder ni un solo segundo en las primeras etapas. La imagen de Carlos Sainz en una estrecha pista pitando desaforadamente (no llevan retrovisores, pero ¿había para tanto?) y poniéndose con su enorme Volkswagen a un palmo de las motos rezagadas para obligarlas a apartarse, como si los pilotos menos dotados por la Naturaleza no tuvieran el mismo derecho a participar en el raid, contrastaba con el señorío y la limpieza de los adelantamientos de Nani Roma o de Jean-Luc Alphand.

Espero que la bronca en directo del copiloto de Sainz surta efecto, si antes no toma cartas en el asunto la organización del Dakar. Así cualquiera llega el primero.