Ya están las fotos subidas y retocadas, y los nenes regodeándose del pedazo de fin de semana que hemos disfrutado en compañía de Agustiga, Crowtruck y el roadlider Ceriñola, que nos ha llevado por sus zonas preferidas en pleno corazón de Aragón.

Como habíamos quedado a las 7 de la mañana en la rotonda de Fraga y somos unos comodones, preferimos llegar desde Barcelona en nuestro carrito y hacer noche en un bungalow. Desayunamos una de las deliciosas y afamadas cocas de Fraga (a las cinco ya estábamos de pie) y a las 7 en la rotonda donde nos esperaban Agustiga, que venía de Benicarló esquivando el frío, el cierzo que castigaba medio Maestrazgo y todo Aragón, y mil coches llenos de pastilleros enlatados que iban a bailar al Florida 135, y Ceriñola, que también tenía un rato para llegar desde Lleida hasta la capital de la juerga de la Litera.

Aún de noche, comenzamos la gran aventura. Lástima no haber podido contemplar los paisajes, porque debían ser impresionantes, pero las primeras luces del día comenzaron a desvelar toda la belleza del austero horizonte monegrino. Las anchas vías pecuarias daban paso a estrechos pasos embarrados que hacían las delicias del grupo mientras aguantábamos con firmeza los embistes del avasallador cierzo. Racha arriba, racha abajo, el viento desviaba mi frágil DT en bastantes ocasiones y la movía como una hojilla.



Llegados a Bujaraloz por caminos agrícolas, encontramos a Crowtruck, recién llegado de Alfajarín. Por suerte se dio cuenta de que había pinchado la rueda de atrás e intentamos buscar un taller donde le reparasen la cámara. No pudo ser, se ve que allí les sobra el trabajo y afortunadamente el gran Agustiga sabía hacerlo y en su KTM llevaba las herramientas. Ceriñola ofreció la cámara de recambio de su Africa Twin, que coincidía en medidas con la SuperTenéré de Crowtruck, y Agustí nos ofreció una lección magistral de cómo reparar un pinchazo.



Ante la falta de medios, improvisación. Dos cajas de la rica fruta de Bujaraloz sirvieron de caballete, y los pisotones de Fazer y Ceriñola hicieron las veces de máquina. El jabón que nos prestó el restaurante Español funcionó como grasa.



No pudimos fotografiar cuando pasó el camión de asistencia de Víctor Rivera que iba desde Caspe camino de Barcelona para el Dakar y nos saludó con bocinazos. Mira que ha sido casualidad. ¡Mucha suerte, majos!

¡Arreglado! A seguir pisteando.



Por antiguos caminos de bandoleros llegamos al Abrigo del Cucaracha, donde tienes literalmente Aragón a tus pies. El Cucaracha fue un Curro Jiménez maño que tuvo en jaque a la región durante mucho tiempo, y en aquel lugar era donde se refugiaba. El cierzo soplaba tan fuerte, que fue necesario dejar las motos al abrigo, si te asomabas te tiraba de espaldas.

Estas son las vistas que disfrutamos mientras dábamos cuenta de los bocadillos y del vino de la bota de Agustí.



Al fondo, Zaragoza



Al fondo, el Cinca.

Por lo más verde de los Monegros continuamos rumbo NE en dirección a Huesca y el puerto de Monrepós. Lástima no haber podido hacer más fotos, porque los paisajes eran bellísimos con los Pirineos nevados al fondo.

Nos despedimos a las afueras de Huesca de Crowtruck y Ceriñola, tomándoles la palabra de que nos guiarán por los Mallos antes de que en Aragón se pongan las cosas como en Cataluña, y cogimos carretera y manta hasta Arguís, donde nos esperaban los más ilustres miembros del Motoclub Resaka.

A esas horas todavía había sitio para acampar. La verdad es que este año no estaba tan concurrida la concentración, pero el ambiente era el mismo.



Acampar en pleno Pirineo a bajo cero o con un cierzo que se lleva las tiendas de campaña es como mínimo para masoquistas , pero una vez que te acercas a la hoguera, te tomas el caldito y saludas a los amigos se te olvida la famosa pregunta de "¿y qué diablos pinto aquí con lo bien que se está en casa?"





No cambio estar en casa por escuchar los planes de viaje de Agustí para ir a Marruecos dentro de nada, por las batallitas de Jordi o por el futuro de la Mutua Motera que me explicaba Andrés-Gummi Kuh. Ese, y no otro, es el encanto de Arguís.

A la mañana siguiente (Fazer y yo nos retiramos molidos mientras Agustí y Dani tenían marcha para rato, y eso que se habían levantado mucho antes) un precioso arco-iris entre agua-nieve nos daba la despedida de Arguís. Volveremos el año que viene, eso está claro.

Por cierto, una de las motos aparcadas con sus exclusivas defensas.



Creo que esta foto resume a la perfección el espíritu de Motostrail: aunque se acabe la carretera, nosotros seguimos.