El nombre de España deriva de Hispania, término con el que los romanos designaban geográficamente al conjunto de la Península Ibérica. Sin embargo, el hecho de que este vocablo no sea de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías sobre su origen, la más extendida de las cuales asegura que el nombre proviene de la pronunciación fenicia "i-shepham-im", un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas.
Los fenicios constituyeron la primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio, fundando, entre otras, Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental. El conejo, una especie endémica de la Península Ibérica, es descrito por primera vez por el historiador griego Polibio (siglo II a.C.): "Visto de cerca se asemeja a una liebre pequeña, mas cuando se le tiene en las manos se ve que es de forma muy diferente, y sabe también de modo distinto al comerlo; vive la mayor parte del tiempo bajo tierra".
Cuando arribaron a las costas españolas, los fenicios, sorprendidos por la abundancia de conejos, bautizaron estas tierras utilizando la palabra 'shapán', nombre con el que este pueblo de comerciantes denominaba a los damanes o conejillos de roca, unos pequeños animales muy comunes en el Norte de África y Oriente Medio y con cierto parecido a los conejos, aunque muy alejados génicamente de estos roedores (en realidad son familia de los elefantes). Por ello, los fenicios llamaron a esta región "i-shepham-im", que se podría traducir como 'costa o isla de conejillos de roca'. Es más, una de las primeras monedas que acuñaron llevaba grabada la imagen de un conejo.
Inspiración de la Hispania romana
Tras conquistar la Península Ibérica (siglo II a.C.), los romanos tomaron la denominación fenicia, añadiendo la H, como en Hiberia y en Híspalis. Sería Tito Livio el que, por primera vez, utilizaría el nombre de Hispania, dándole el significado de 'tierra abundante en conejos', un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón y, en particular, Cátulo. Este poeta definió a Hispania (en el año 60 a.C. aproximadamente) como "Cuniculosa Celtiberia" ('cuniculus' era el nombre que le daban los romanos a los túneles que hacían los conejos bajo tierra para construir sus madrigueras). Asimismo, en algunas monedas hispano-romanas acuñadas en la época de Adriano (118-137 d.C.) figuraban personificaciones de Hispania como una dama o vestal sentada con un conejo a sus pies.
En la Geografía Hispana de Estrabón (60 a.C-21 d.C.), hay una referencia de estos roedores a los que llama 'pequeña liebre'. Hablando de la Turdetania, lo que hoy podría identificarse como Andalucía, este geógrafo griego de la época romana dice: "Es muy grande también el número de ganado y de la caza. Gran ventaja es que faltan animales dañinos. Sólo los conejos abundan y hacen mucho daño a plantas y sembrados, comiendo las raíces".
Claudio Eliano (170 d.C.-244 o 249 d.C.) en su Historia de los Animales comenta sobre el conejo: "Existe otra especie distinta de liebre, de complexión pequeña, y que no crece más. Su nombre es conejo. No soy inventor de nuevos nombres, razón por la cual en esta historia conservo también la denominación de origen que le pusieron los íberos de Hesperia, entre quienes se cría y es abundante. Pues bien, su color, a diferencia del de las otras especies, es negro y tiene un rabo pequeño, pero en lo demás, allá se va con las otras especies antes mencionadas. Bueno, difiere también en el tamaño de la cabeza, pues la de éste es más pequeña y es una cosa tremenda la poca carne que tiene en ella, y es más corta. Es más lascivo que las restantes liebres..., por lo que se solivianta y enloquece cuando anda tras la hembra".
Una especie muy común
Era tan frecuente el conejo en la Península Ibérica, según Cátulo, que llegó a convertirse en una verdadera plaga en época romana, socavando las murallas de Tarraco y la campiña de las Baleares. A tanto llegó su poder de destrucción que, según Estrabón, "los habitantes de Baleares, no pudiendo resistir a los conejos, pidieron a los romanos otras tierras", corroborado también por Plinio, que se explaya diciendo que los pobladores de las islas le pidieron al emperador Augusto que les enviase soldados para combatirlos.
El escritor agrario Marco T. Varrón, consultor de Augusto, describía al conejo en Rei rusticae (año 20 a.C.) como animal productor de carne, recomendando su protección y su consumo. Ello motivó que los ejércitos romanos los llevaran, vivos, como intendencia. Antes ya habían usado unas cercas ('leporaria') para su mantenimiento, en el levante de Hispania, lo que marcó el inicio de la domesticación de estos animales.