Esta es la tercera vez que empiezo a escribir la crónica y las dos anteriores se fueron directas a la papelera.





Pasé unos días algo “encabronao” con el mundo y no me salía nada bueno. No era capaz de transmitir lo que quería decir y sobre todo porque el mensaje sonaría injusto para muchas personas.





En realidad no me pasó nada. No hay una causa concreta ni sobre todo de magnitud suficiente para haberme causado ese estado de ánimo pero se sumaron varias pequeñas cosas y en lugar de cantar sobre la moto me dedicaba a pensar y siempre con un cariz negativo de fondo.





Probablemente fuera el sentimiento de estar de vuelta que aunque me acompaña desde que salí de Cuzco en realidad empezó a ser notable desde el momento en que crucé la frontera con Chile. Hasta ahí había estado demasiado ocupado con mi intoxicación y sobrevivir a aquellas montañas. El paso de esa frontera empezó a agotar mi paciencia y el desierto de Atacama terminó por matarme sobre todo por un contacto desafortunado con un policía chileno.





Arequipa me gustó mucho aunque no pude disfrutarlo demasiado por estar aun convaleciente pero lo que pude ver era moderno, limpio y tranquilo. Me dijo un policía que la ciudad había cambiado mucho por la proliferación de minas para la extracción de oro.





El desierto comprendido entre esas minas y la frontera con Chile es una maravilla. Se ven grandes bancos de dunas a los lados de la carretera pero no se hace monótono ni mucho menos porque el fondo es bien cambiante y hay muchas montañas o dunas enormes que crean un escenario perfecto.





Ese desierto transcurre paralelo a la costa pero a una cierta distancia y algo elevado sobre el nivel del mar así que cada cierto tiempo se atraviesa algún valle que había quedado escondido en el horizonte pero que desvela unos curiosos oasis verdes siguiendo el curso del rio.





La frontera como os he dicho era un desastre. Llegaron a pedirme que rellenara uno de eses tediosos formularios con mis datos y los de la moto que te matan pero en este caso varias veces porque increíblemente me pidieron rellenarlo por cuadruplicado. ¿Cómo!!! ¡¡¡Estamos locos!!! Ni una sola fotocopiadora ni tan siquiera un humilde papel de calco como en todo el resto de las fronteras que he cruzado. Un absoluto sinsentido que me ocupó casi un cuarto de hora para luego llevarme directo a ridículas colas en un sinfín de ventanillas.





Llegué a Arica ya de noche y aunque me costó un rato encontrar un hotel de precio aceptable la verdad es que acerté con la elección y la ciudad me gustó mucho. Me causó una imagen muy diferente a la que me han descrito de hace tan solo quince años.


A la mañana siguiente me tocaba cruzar el desierto de Atacama y con ese nombre tan mítico, la fama que tiene por el Dakar y lo bien que me lo había pasado por su zona Sur me lo esperaba abrumador, bonito e inmenso.





Únicamente acerté en lo de inmenso porque me llevó todo el día llegar a Calama pero el paisaje por la zona donde pasaba la carretera era un auténtico coñazo. Llanuras enormes de piedras con un viento lateral muy molesto que encima levantaba pequeñas tormentas de polvo y con tan solo algunos pequeños pueblos de esos que son casi ficticios por haber nacido al amparo de nuevas minas.





En mitad del camino me encontré una aduana que aun no llego a entender pero lo cierto es que estaba y no era un espejismo.





Junto al cartel anunciador había unas flechas grandes que dirigían a autobuses y camiones y como todo aquello no me cuadraba demasiado y vi esas flechas pensé que no sería para vehículos particulares así que empecé a cruzarlo despacio.





Cuando estaba a la altura de las ventanillas veo que hay un coche parado y me doy cuenta de que si que tengo que hacer algún trámite así que como estaba ya justo a su altura, me di la vuelta ahí mismo para acercarme.





Nadie me dijo nada, ni me dieron el alto ni mucho menos tuvieron que salir en mi persecución. Simplemente di la vuelta en ese punto y le di mis papeles a la funcionaria de turno. Me los devolvió sin mayor problema y me dijo que podía continuar.





En ese momento aparece a mi lado el policía mas tonto del país y sin venir a cuento me dice “En Chile hay que cumplir las normas y si no te gustan mejor vete del país”





Ante tal ataque injustificado y de muy mal gusto me sentí mordido en lo mas hondo de mi orgullo. El tipo ya había quedado definido con un auténtico gilipollas y sin duda que no representaba absolutamente a nadie por mucho que su uniforme llevara unas banderas. No las merecía.





Si esto mismo me pasa con un policía Peruano o Argentino reconozco que me hubiera quedado callado porque tienen fama de que te pueden sacar pasta por el artículo 33 pero contaba a mi favor con la rectitud incorruptible de la policía chilena así que le mentí vilmente y le contesté:





“No se preocupe que vengo de visitar Perú y voy a visitar Argentina y en Chile estoy simplemente de paso” Puede parecer una respuesta de mierda pero si tenemos en cuenta que los chilenos son los mas orgullosos nacionalistas que he conocido y que precisamente le estaba nombrando a su eterno vecino y al país con el que acaban de tener un conflicto por sus aguas internacionales…. puedo asegurar que aquello le dolió en el alma.





No obstante se despidió de mi en un tono de cierta mala leche pero con un correctísimo “Buen viaje” que sonaba a un “veteatomarpolculo” en toda regla y yo no menos diplomático le contesté con un “qué tenga buen día” que sonó a un maravilloso “ahítequedaspringao”





No estoy nada orgulloso de mi salida de tono por muy provocada que fuera. Se que no acepto nada bien la prepotencia desde un uniforme y creo que un policía el respeto solo se lo puede ganar con educación y no imponiendo su autoridad.





Aun así, si tan solo hubiera sido un pelín mas tonto de lo que demostró me podía haber metido en algún lio y estas cosas en los viajes hay que cuidarlas.








Claro que salí de allí aun incrédulo por lo absurdo de la situación vivida y me pasé el resto del camino gruñendo en mi cabeza.