Madrugó el motorista que hoy es dia de mucho andar.
Pese a disponer de jornada laboral libre, mas pronto que tarde arriba al hospital público donde ofrece sus conocimientos técnicos, pocos o muchos y su experiencia, mas larga que corta.
Resuelto con bien un tema de climatización urgente, el motorista desayuna en el propio centro.
Mientras entona el estómago la ciudad va desperezándose
.
Dias atrás la ciencia quiso investigar la cabeza del motorista; desconoce este si fué por disponer
de cualidades suprahumanas o defectos infrahumanos.
Adecuadamente dispuesto sale a comprobar el resultado de todo esto por pistas y carreteras vistosas, con el
dia definitivamente amanecido.
Primera conclusión y única: La firme protección del acolchado del casco en la zona de la incisión, convierte la
cualidad de ajuste en el defecto de oprimir. No molesta, duele.
El castro de Santomé con zona romana y área celta no es rico ni extenso pero le gusta mostrar lo que tiene.
Se apea el motorista y la felicidad para el en esos momentos es retirar el casco de su cabeza. Las comisuras del
zurcido del cuero cabelludo aplaudirían si los puntos de sutura permitieran tal movimiento.
Aldea romana...
...y zona celta.
Pese a que el objetivo final no era cultural, sino de alivio físico, quedo satisfecho el paciente
de lo visto y sentido.
Como la abeja vuelve a la colmena retorna a la moto. Se detiene en una senda aclamado
por fragantes mimosas.
Pese a los despropósitos de los herederos, en Pereiro de Aguiar, una antigua casa muestra
sus hechuras nobles.
Desanda el viajero el camino para andar por otras rutas que lo llevan a Ponte Ermida, deshabitado
pueblo a orillas del rio Arnoia. Y sin vecinos sigue, pero al menos hoy tiene un visitante que admira esas
piedras que vida vieron
.
El desuso y el vigor de las aguas disipan las dudas del motero acerca de un supuesto paso
a través del rio. Eso si, pese a algunos obstáculos las riberas le resultan evocadoras.
Regresa el motorista por pistas inicialmente ásperas, para acabar transitando por la dúctil dictadura
de las acacias.
Se otorga el viajero un nuevo desahogo liberándose del casco frente al minúsculo embalse de
Cachamuiña; casi tiene mas letras su nombre que metros cúbicos sus aguas.
Iba llegando buena hora para comer. Comió al fin, ya no recuerda que y prefiere no decir donde.
Son contrariedades a los que esta sujeto quién viaja y no por eso ha de acabar queriendo mal a
las tierras donde acontecen.
Tras la silla del comedor vino el asiento fronterizo con un depósito de combustible. Por el marcado
cauce que rasga el paisaje desde el Pedregal de Irímia hasta el Atlantico el motorista llega a Melias...
... deja abajo el pueblo
.
Se da de bruces el viajero con otra aldea abandonada: Espiñedo.
Aquí se disipó la gente, el asfalto y también los planes aventureros de adentrarse por una
prometedora pista... Cualquier dia le cambia la cadena a su moto por una de motosierra.
El viajero no se va de buen humor. Sabe no obstante lo suficiente de si mismo para sospechar
que su mal nace de no poder conciliar dos opuestas vuluntades: la de quedarse en todos los
lugares, la de llegar a todos los lugares.