Aunque solo sea por unos minutos hoy queremos estar en lugar especial. Para ir hacia allí pagamos la penitencia de kilómetros de autovía y rectilíneas comarcales sin interés.Antes de tomar por fin la pista de tierra, un vistazo a las parcelas de la desecada laguna de Antela.
Ascendemos hacia la Sierra de San Mamede con ese ingenuo placer de sentirnos solitarios exploradores.
En un ruinoso refugio de agentes forestales nos detenemos para beber, estirar las piernas y jugar al escondite con la moto.
Desde que nos olvidamos del asfalto hay unos 25 kms de memorable pista hasta nuestro destino: A Edreira.
Estamos en las profundas soledades del Macizo Central. Poca gente se adentra en el.
Pese a la falta de lluvias en esta esquina del NO peninsular, los riachuelos piden prestados los caminos como cauce de sus aguas. Es un placer para los sentidos, pero voy solo, debo de vadear con tiento.
Nos reciben las primeras ruinas de este poblado quemado por militares franquistas en 1949.
Dejamos la moto junto la única construcción que está en pie. Hoy es refugio lo que fué la iglesia del lugar.
En este apartado sitio vivía el casero Francisco Galán con su mujer y sus diez hijos al cuidado de su ganado. Los agentes lo acusaron de ser enlace de guerrilleros huidos y fué ejecutado. Luego, puente, molino y la pequeña aldea, era pasto de las llamas. Cuesta entender que algunas personas añoren tan miserables tiempos.
Pese a todo, el lugar es mágico y luminoso.
Tras un relajante paseo volvemos a la moto y subimos por la parte sur de la sierra, un altiplano para pastos.
Pisamos un mínimo tramo de carretera de montaña pasando por Toro, pueblo orensano no villa zamorana.
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