Tienes razón, Carlos. Cuando estuve allí por primera vez me sentí incómodo por el sufrimiento que aquel lugar causó y mi mente era capaz de visualizar los gritos y desesperaciones de la gente del pueblo que se llevó por delante. Dije convencido que me gustó conocer ese fatídico lugar pero que no volvería. Pero no pasaron más de tres años y ya tenía ganas de volver, es como un magnetismo que te arrastra aunque tu sensibilidad se oponga.