...se pueden hacer rutas. Sí, sí, con una XR 125. Creo que la batidora de mi casa tiene más potencia. Pero entre que me saco el carnete A, y pasa el periodo de reflexión de los 35 CV... quise empezar ya.
Así que me compré ese cacharrillo. Y ese viernes la probé, me hice con ella en una vuelta por el Pardo, acompañado de mi hermano (ese sí, con una Trans Alp), y al día siguiente tempranito pillamos la carretera. El objetivo, una prueba hasta Langa (Avila), por carreteras poco transitadas. Por Arrebatacapas, El Boquerón, y luego esas carreteras llanas que, a 80 (en rodaje no pasa de ahí), parecen no acabarse nunca. Al día siguiente, vuelta por el Puerto de los Leones. Los de las motos de verdad me pasan y supongo que se ríen... pero no se lo están pasando ni la mitad de bien que yo, porque estoy viviendo lo que ellos no vivirán más (ni yo), la primera subida a la azotea del Sistema Central por excelencia. Todo queda listo para, unas semanas después, recorrer Castilla en caravana, mi hermano y yo. Él con la moto, y yo con mi batidora. Y tan feliz...
Y llega ese día. Y salgo acojonado por la A-1, de mañanita, hasta que por fin la carretera de dos carriles me hace sentir más seguro. Siempre con mi hermano delante, la moto se va soltando, o tal vez sea yo.
Torrelaguna... y seguido Torremocha del Jarama y un repecho de aúpa hasta Uceda, el balcón del Jarama, sobre ese malpaís del norte de Guadalajara que tanto conozco. Tamajón, cerca del querido Bonaval, la ermita de los Enebrales y primera parada. Apenas puedo creer que con ese juguete me haya alejado más de 100 km de Madrid. Y seguimos, despacito, por carreteras de macadam que tratan igual a una 600 que a mi juguete, porque ni se puede ir a más de 60 ni se debe dejar de ver el aire y respirar el paisaje, porque así se sienten ambos, con los sentidos intercambiados, cuando vas a esa velocidad.
Majaelrayo, y de repente una pista forestal de 22 km donde siento el placer de la rueda trasera moviéndose como el culo de una brasileña por primera vez, trepando esas montañas que me llevarán al otro lado, al otro valle... al fondo ya el castillo de Galve de Sorbe, y más allá esa última montaña habitada por molinos blancos que al cabo de un rato tengo al lado, y al fondo hoces por la que mi hermano se adentra y yo detrás. Pruebo un poco el barro (me gusta)... llegamos a Tiermes, a las ruinas de Termancia, después de perdernos un rato. Un trabajador de una granja cercana va delante con una vespino y se desenvuelve por el camino embarrado bastante mejor que yo... paciencia, ya llegamos. Paramos la moto y echamos a andar por la ciudad excavada en la roca. Me giro para mirarla y me doy cuenta de dónde me he metido... miro la Transalp, su hermana mayor, y sé que acabaré encima de ella, aunque también sé que no podré olvidar a este pequeño juguete que, sin embargo, me está enseñando a enamorarme de sus ruedas, de su pequeño motor, del gusto que produce llegar tan lejos con tan poco.
Quedan por delante dos días, el castillo de Gormaz, Burgo de Osma (donde haremos noche). Y al día siguiente a Palencia, pasando por el Cañón del Río Lobos, Clunia Sulpicia, Covarrubias... Allí cumplen los primeros 1000 km de la moto, encontramos un taller donde cambio el aceite del rodaje. Y al otro día vuelta a Madrid por la ruta de los castillos. Ya os contaré esos otros días...
No sé en qué momento del viaje ocurrió; simplemente, el aire en la cara con la visera abierta, el ruido del motor, mi hermano delante, con su moto a medio gas... me hicieron sentir que estaba donde debía de una manera muy especial.
Aún os acordáis de esa sensación, ¿verdad?