Hola a todos. Después de un tiempo sin dar señales vuelvo a compartir una salida con ustedes. No hay polvo ni barro, que sé que gusta mucho, pero trail también es disfrutar del paisaje por sinuosas carreteras de montaña. Además de que ir con mi señora no me incita a salir del asfalto, por aquí no abundan las pistas fáciles o en buen estado. De todas formas me consuela que el resto del K-Isleño (el amigo Neodes y compañía) sigue dando guerra.
Aproveché para sacar a mis dos niñas de paseo y visitar el pueblo donde nací, pues últimamente he tenido mucho curro y tenía todo abandonado. El día se prestaba a ello, algo frío en las alturas y el campo agradecido con las últimas lluvias (este año se han hecho esperar, exceptuando las medianías del noreste donde sí había llovido, el norte y el centro no tienen el verdor típico de esta época), y aunque había nubes rondando, no llegaron a tapar el sol.
Parada en Las Arbejas, poco antes de Artenara, con el Pinar de Tamadaba al fondo, y el Teide nevado detrás (apenas se distingue en la foto, y encima la caprichosa nube no quería moverse).
La mayoría de las viviendas de esta zona son casas-cuevas a las que se les ha añadido construcciones (cocina y baño) por fuera en las últimas décadas, pero los dormitorios siguen haciéndose en la roca, que atenúa el clima extremo de la zona (son cálidas en invierno y frescas en verano) y no te enteras de ruido alguno.
Aquí el juguete de mi hermano (no recuerdo la marca, es una replica china de la Honda 70 con motor de 125) delante de mi burra, y el “tractor” de mi padre (lo he cogido un par de veces por pistas y gusta, pero nunca como las dos ruedas).
Después de un rato con la familia tomo rumbo a la costa. Vista del pueblo de Artenara con el Roque Nublo al fondo.
Presas de Lugarejos y de los Pérez, a los pies de Tamadaba. Desde Los Pérez a Fagajesto la carretera discurre por un andén no apto para quién tenga vértigo. Justo debajo queda El Hornillo y el Valle de Agaete, y al fondo la Punta de Sardina, en la costa noroeste de la isla.
Después Fontanales y el Barranco del Laurel, una de las zonas más húmedas de la isla. Aquí, entre eucaliptos y cultivos, aún se pueden ver pequeños relictos de la extinta Selva de Doramas, un extenso bosque de laurisilva que antaño cubría todas las medianías del norte y que no resistió al hombre ni a sus hachas.
Y la doña, la kawa y yo tiramos para casa, con 130 kms. de placer a cuestas.
Un saludo a todos.
![]()