Hola de nuevo a todos.

Después de un fin de semana lleno de nieves y de lluvia continuada, pensé que a lo mejor los caminos y montes no estarían en las mejores condiciones para salir en moto.

Cuando le dije a Celestino que tal vez sería conveniente anular nuestra salida de los martes por este motivo(me acojonaba pensar en el barro húmedo y deslizante esperándonos), su “DE ESO NADA!!!” debió ponerme en alerta de lo que podía suceder.

Es más, cuando el martes me dijo que tranquilo, que la salida de hoy sería por zonas bajas, debí de ponerme a temblar. Como cuando un ministro sale en medio de una crisis diciendo que no hay nada que temer, vamos…

Después de la salida creo entender más bien que lo de las zonas bajas hacía referencia a nuestras zonas bajas, las que no me encontraba en medio de los inhumanos recorridos por los que me llevó.

En principio, el objetivo era llegar a la laguna de Gallocanta y ver a las grullas. El día era bueno, y a las 11 recién pasadas estábamos en marcha. Para la ocasión, y hasta que me llegue el presupuesto, me fabriqué con el casco de carretera sin visera, y unas gafas de esquí de color dorado, un seudo casco de cross que me hacía parecer el hombre mosca. Ya veréis las fotos.

Camino hacia Gallocanta emprendimos el ascenso por un camino reconvertido en río para la ocasión: Rambla la Viñuela. Los primeros charcos se fueron transformando en una corriente en toda regla, y las botas de goretex cumplieron su función. Otra cosa fue la entrepierna, que esa sí recibió su dosis de agua, transformándose en zona húmeda durante todo el trayecto.

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El ascenso por este seudo río vino a durar unos 12 km, y al final le vas cogiendo el tranquillo a los pedruscos mojados. Lo peor estaba por venir.

Abandonar esta rambla supuso hacer mis primeros pinitos con el barro amontonado: aquí podéis ver al hombre mosca en acción.

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Si os fijáis, veréis que las piernas adoptan la técnica del equilibrista en la cuerda floja, posición que mantendría durante la mayor parte de los 135 km de la salida, y que viene a explicar por qué tenía los adductores reventados al bajarme de la moto.

La siguiente rambla era seca, pero los enormes pedruscos que la configuraban hacían que fuese pegando botes de lado a lado.

En la parada que hicimos para beber agua, Celestino mostró sus primeros atisbos de humanidad.: “creo que hoy estás sufriendo más que disfrutando”. Sería una justificación para lo por venir? Al fondo, fijaos en las montañas nevadas…

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Un recorrido por caminos rurales abandonados nos dio un momento de descanso en la aventura. Campos abandonados a su propia soledad eran sujeto de nuestro transcurrir.

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Y empezó el ascenso por la sierra de Santa Cruz. Empezamos a ascender entre pinares y la nieve iba tomando el mando. Había que ascender y cruzar una montaña. Los caminos se volvieron blancos del todo.

Empiezo siguiendo una rodera que había abierto algún cuatro por cuatro, pero la rodera se ha helado y la moto se empieza a ir por todos lados. No controlo el deslizamiento de la rueda trasera ni el libre albedrío de la delantera, y finalmente, al suelo. La nieve es blanda, pero levantar la moto en esa cuesta nevada es otro cantar.

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No hay forma de que la moto agarre. No tracciona y sudo cual tocino dentro de la cordura. Celestino viene en mi ayuda cual profesional sin despeinarse, y sin que se le caiga la ceniza del cigarrillo.

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Parada técnica, un momento de descanso y a vaciar el pajarito.

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La montaña sigue y sigue, y las primeras dudas de Celestino se transforman en consejos de urgencia para el novato, o sea, para mí. “Siempre por nieve virgen, a punta de gas y sin coger el embrague”. Esas son las consignas que me da cuando la cosa se pone chunga del todo. Si os fijais podréis ver sobre la dr un débil rayo de luz. Será la inspiración divina que voy a necesitar para salir de allí?.
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Las roderas han desaparecido, allí no hay nadie que se atreva a meterse si no está loco. La moto se clava y no hay forma de moverla. Nos montamos los dos para aumentar la tracción, pero ni se mueve y casi nos caemos. A empujar toca.

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Piedad!!!.

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Celestino dice que “se me ha ido de las manos”. Joder!!! Eso sí que da miedo.

Las tres y media. Llevamos más de dos horas para avanzar tres o cuatro kilómetros. Se adelanta en el intento de ver si encuentra una salida. Al cabo de bastante rato, suena el móvil: “ve subiendo mientras yo bajo andando a ayudarte…”

Y le hago caso, hasta que la moto dice basta. Al rato aparece el guerrero rojo, y a empujones, por los laterales, como podemos, llegamos a tierra firme.

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Ha terminado el ascenso.

Los tacos están todos agrietados, supongo que de arañarse con la nieve y el hielo.

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En todo este trayecto Celes ha aprovechado para grabar mis torpes intentos de mantenerme en equilibrio en esa pista de hielo. Eso sí, la peli sale a saltos porque Celes se descojona mientras me graba. Se lo está pasando genial a mi costa.

Iniciamos el descenso. Trato de seguir la rodera que va abriendo con la moto sobre la nieve. Por fin encuentro sentido a la famosa prueba del tablón del examen.

Y carretera, por fin!!!El puerto de Atea. Serán sólo unos pocos km, pero como se agradecen…

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Camino a Gallocanta. Al loro, que ese barrillo brillante engaña, y en realidad desliza un montón. Además está debajo de la nieve y cuando pasas por ella, de lado a lado otra vez. Las piernas pato vuelven a ejercitarse.

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Gallocanta. Al fondo, las grullas sobrevuelan la laguna. Silencio.

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Mientras las contemplamos y nos reponemos de los disgustos, comemos un bocata parapetados en una granja de cerdos. Me quito la camisa interior: está empapada.

De vuelta, un tramo por una carretera en proceso de reconversión en transitable, y de nuevo a los caminos, esta vez entre los huertos y lo que fue una antigua vía de tren. El barro está siempre presente, y los consejos de Celestino, “deja que la rueda de atrás se vaya”. Lo malo es cuando la de delante se satura y se mueve libremente.

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Estoy demasiado cansado para coordinar bien y casi me como cuatro o cinco galletas, afortunadamente no materializadas.

Aún nos da tiempo de contemplar Calatayud desde lo alto, y luego, de quitar de las motos el sobrepeso llamado barro.

Llegamos vivos. Todo se puede perdonar. Volvemos a ser amigos, Celes.

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Hasta la próxima.